El deterioro asociado al envejecimiento de las áreas cerebrales que controlan el sueño conlleva efectos muy negativos sobre la salud física y mental de las personas mayore
Según nos vamos haciendo mayores, dormimos menos horas y nuestro sueño es más fragmentado –es decir, nos despertamos más veces por la noche, con lo que nuestro sueño es ‘discontinuo’–. Sin embargo, todas las personas, jóvenes o mayores, necesitamos descansar y recuperar fuerzas. O lo que es lo mismo, dormir adecuadamente, tanto en cantidad como en calidad.
Entonces, esta menor necesidad de sueño de los mayores, si bien no se traduce en la somnolencia patente que padecen los jóvenes con carencia de descanso, ¿tiene alguna consecuencia para la salud? Pues sí. Y además podrían ser, como muestra un estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de California en Berkeley (EE.UU.), muy graves. De hecho, esta falta de sueño podría conllevar un coste para la salud, tanto física como mental, de los mayores, hasta el punto que podría dar lugar a la aparición de algunas enfermedades típicamente asociadas a la edad.
Como explica Matthew Walker, director de esta investigación publicada en la revista «Neuron», «el sueño cambia con el envejecimiento, pero no solo cambia por el paso de los años. De hecho, estos cambios podrían incluso explicar que se produzca el envejecimiento. Todas las grandes enfermedades que causan nuestro fallecimiento en el mundo desarrollado, desde la diabetes a la obesidad y desde el alzhéimer al cáncer, están causalmente ligadas a la falta de sueño. Y el riesgo de todas estas enfermedades aumenta significativamente según cumplimos años, muy especialmente en el caso de la demencia».
Ya desde la mediana edad
Pero esta pérdida de sueño en las personas mayores, ¿es realmente una consecuencia de que necesiten dormir menos? Pues no. Lo que sucede es que según envejece el cerebro, las neuronas y circuitos de las áreas que regulan el sueño se van deteriorando, lo que da a lugar a un descenso de la cantidad de sueño no-REM. Un aspecto a tener muy en cuenta dado que esta fase de sueño no-REM juega un papel clave en el mantenimiento de la memoria y las funciones cognitivas.
Como indica Matthew Walker, «a día de hoy existe un debate entre los científicos sobre si las personas mayores necesitan dormir menos o si, por el contrario, no pueden generar la cantidad de sueño que necesitan. Un debate que ha sido objeto de un profuso análisis en nuestro trabajo, en el que se evidencia que las personas longevas no tienen una necesidad reducida de sueño, sino una incapacidad para generar un sueño suficiente. Es decir, los mayores sufren de una necesidad de sueño no satisfecha».
Por lo general, los estudios no han sido capaces de detectar esta carencia de sueño en las personas mayores. Y es que dado que sus cerebros están acostumbrados a dormir menos, los mayores no padecen la somnolencia claramente patente en las personas más jóvenes en la misma situación. Sin embargo, es una cuestión de mera ‘apariencia’. Y es que, en realidad, los mayores presentan no solo grandes concentraciones de los marcadores bioquímicos que revelan la falta de sueño, sino también una alteración de los patrones eléctricos de las ondas cerebrales durante el sueño.
Pero, ¿a qué edad se producen los cambios que dan lugar a que las personas, aun necesitándolo, duerman menos? Pues a una edad tan temprana como la mitad de la cuarta década de vida –cuando tenemos entre 35 y 40 años–, momento en el que comenzamos a acostarnos antes y a levantarnos más temprano, y nuestro sueño es más fragmentado.
Como refiere Bryce Mander, co-director de la investigación, «la situación es especialmente dramática en el inicio de la mediana edad, cuando tiene lugar un cambio en los patrones del sueño. La diferencia entre las personas de mediana edad y los jóvenes es mayor que la que se observa entre los adultos de mediana edad y los mayores. Por tanto, parece que se produce un gran cambio en la mediana edad y que luego continúa según seguimos envejeciendo».
Por el contrario, parece que la capacidad para soñar mientras dormimos no se ve afectada. Como apuntan los autores, «la fase REM, que es en la que tienen lugar los sueños, también se deteriora, pero no de una forma acusada como el sueño no-REM. Entonces la pregunta es: ¿por qué el sueño profundo no-REM es más vulnerable?».
Impacto físico y mental
Finalmente, la nueva revisión o ‘metanálisis’ llevado a cabo por los autores también constata que la pérdida de sueño asociada a la edad difiere, y mucho, entre las personas. Por ejemplo, y si bien parece que es prácticamente similar, las mujeres podrían experimentar un menor deterioro del sueño profundo no-REM que los varones. Un aspecto a tener muy en cuenta dado que cuanto mayor es este deterioro, mayor es el riesgo de padecer una enfermedad neurodegenerativa como la demencia –incluida la enfermedad de Alzheimer.
Y, entonces, ¿qué se puede hacer para evitar esta falta de sueño, tanto en cantidad como en calidad, asociada a la edad? Pues desgraciadamente, nada. Y es que según los autores, las medidas de higiene del sueño, como sería no tomar cafeína en horas avanzadas del día, evitar el alcohol o mantener un horario regular, no son suficientes para detener el proceso. Tampoco el consumo de fármacos hipnóticos o somníferos, que más que restaurar los patrones de sueño propios de la juventud lo que hacen es ‘sedar’ al cerebro.
Como concluye Matthew Walker, «el deterioro del sueño es uno de los cambios fisiológicos más dramáticos que tienen lugar mientras envejecemos. Todo ello a pesar de que estos cambios, aun demostrables, no forman parte de las actuales preocupaciones en materia de salud. Necesitamos reconocer la contribución causal de la alteración del sueño en el deterioro físico y mental que subyace al envejecimiento y la demencia. También tenemos que prestar una mayor atención al diagnóstico y tratamiento de los trastornos del sueño para aumentar no solo la esperanza de vida, sino la esperanza de vida con salud».
Via noticiasalud.com
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