Todo el mundo conoce ancianos que a pesar de tener la misma edad presentan estados funcionales muy diferentes. Personas mayores que con 82 años son perfectamente funcionales y se ven ágiles y fuertes, se oponen a individuos dependientes, con aspecto débil y, en definitiva, frágiles.
Esta debilidad, que si se evoca proporciona una imagen mental muy clara y de la que se pueden ofrecer múltiples ejemplos, es muy difícil de definir y sintetizar.
La fragilidad y, de forma extrema, el síndrome de la decaída o declive, es un conjunto de síntomas y signos clínicos que se caracterizan por la disminución de la capacidad de reserva de órganos y sistemas, que ocasiona en el individuo grandes perdidas funcionales ante pequeños cambios. Cuando la fragilidad se acentúa surge el síndrome del declive, marcado por la perdida de peso involuntaria, el aumento de la debilidad general y la dependencia para las actividades básicas de la vida; este proceso tiene una probabilidad de recuperación muy baja y una alta mortalidad.
Los ancianos frágiles tienen más probabilidad de desarrollar dependencia (pero ni todos los dependientes son frágiles, ni todos los frágiles son dependientes), con un aumento del riesgo de caídas, hospitalización y muerte.
En este problema se pueden diferenciar varios factores:
Perdida de peso y disminución de la masa muscular (sarcopenia).
Disminución del nivel de actividad y movilidad, con deterioro de la capacidad funcional física, trastornos del equilibrio y de la marcha.
Disminución en las funciones mentales, aunque no tiene que llegar forzosamente a un nivel de demencia. En muchas ocasiones hay alteraciones del ánimo, como depresión.
Aislamiento social.
Los mecanismos fisiopatológicos se cree que involucran a múltiples sistemas del organismo. Los más importantes son la perdida de masa muscular, el pobre ajuste de las diferentes hormonas y sus mecanismos de control (aumento de cortisona propia, disminución de hormona del crecimiento y de las hormonas sexuales testosterona y estrógenos) y disminución de la función inmunitaria (por disfunción de la inmunidad humoral, de los mensajeros y mediadores de esta inmunidad). Asimismo, existen diversos factores ambientales, como hábitos tóxicos o dietéticos inadecuados, en especial las dietas muy restrictivas.
Los efectos de estas alteraciones pueden estar larvados, poco visibles, y salir a la luz ante diversos desencadenantes, que pueden ser, por ejemplo:
Enfermedades ocultas: infecciones como la tuberculosis, tumores malignos, alcoholismo, etc.
Enfermedades que causan nuevas pérdidas funcionales: accidentes vasculocerebrales, insuficiencia cardiaca, respiratoria o hepática, alteraciones sensoriales severas como la ceguera, etc.
Enfermedades mentales: depresión, deterioro cognitivo, etc.
Cambios sociales: viudez, aislamiento social, pobreza, sobrecarga de los cuidadores, etc.
Aunque la mayoría de las personas, y en especial los médicos que están habitualmente en contacto con ancianos, son capaces de señalar correctamente a una persona mayor frágil, es relativamente difícil establecer un fenotipo, un retrato robot de la fragilidad. Algunos estudios han podido establecer los siguientes puntos:
Perdida involuntaria de peso de más de 4,5 kg o una disminución mayor o igual al 5% del peso habitual.
Disminución del 20% en la fuerza del apretón de mano.
Disminución de la resistencia general, sensación de agotamiento.
Velocidad al caminar 5m mayor o igual a 7 segundos.
Baja actividad física, tanto en ejercicio físico como en actividades recreativas.
Además
Parece que hay una relación entre niveles bajos de colesterol y de albúmina en sangre y la fragilidad de las personas mayores, de manera que a niveles más bajos, mayor fragilidad.
Para prevenir este problema diversos estudios comentan la importancia de una ingestión adecuada y equilibrada de nutrientes y energía, y sobre todo mantener y aumentar la actividad física para preservar la masa muscular en el mejor estado posible.
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