En este artículo, trataré sobre cómo los cambios que las personas mayores de ochenta años viven actualmente en nuestra sociedad tienen consecuencias en su bienestar emocional y cómo el sentimiento de soledad no deseada afecta a todas las esferas de su vida, y se convierte en un riesgo de aislamiento social de primera magnitud que actúa de modo invisible y es de difícil detección.
Según el informe del CSIC Un perfil de las personas mayores en España, de julio de 2013, la esperanza de vida de las personas en España se sitúa a la cabeza de la Unión Europea, con setenta y nueve años para los hombres y ochenta y cinco años para las mujeres, lo que la convierte en uno de los países con una mayor evolución de esperanza de vida a lo largo del siglo XX, especialmente desde los años cincuenta.
Por lo tanto, la población de personas mayores es cada vez más numerosa y, como sociedad, afrontamos un fenómeno nuevo, el de no saber cómo actuar ante la inversión de la pirámide poblacional que se está produciendo: la proporción de personas mayores respecto a personas jóvenes es cada vez más alta.
Envejecer, como sociedad, es un éxito, según nos indican los demógrafos –como, por ejemplo, Julio Pérez–, pero la calidad de vida de los últimos años de vida es motivo de preocupación y debate desde distintas disciplinas.
Los cambios inciertos, constantes y acelerados de la sociedad actual, como apunta el sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman, producen un gran impacto en la población de las personas mayores, así como los estereotipos y prejuicios hacia ellos, muy presentes en entornos en los que el índice de consumo y de productividad laboral tiene más valor que las aportaciones personales de personas que cuentan con una experiencia completa de vida para explicar y compartir, y de la que aprender.
También en los ámbitos familiar y laboral se han producido numerosos cambios significativos en las últimas décadas, como las dificultades de conciliación laboral y familiar por parte de muchas personas que ven peligrar su puesto de trabajo, y el cambio de las dinámicas familiares tradicionales.
En estos últimos años de vida es cuando se produce cada vez más el fenómeno de la soledad no deseada por parte de las personas mayores. Para hablar de la soledad en las personas mayores, es necesario distinguir entre la decisión voluntaria de una persona de vivir sola o de realizar actividades sola, y el sentimiento negativo asociado a la falta de relaciones sociales y apoyo emocional.
La crisis económica sufrida en los países occidentales desde 2008 ha hecho que se modifiquen, entre otras, las políticas relacionadas con las situaciones de dependencia, salud, vivienda y pensiones, ámbitos todos ellos relacionados con las personas mayores de ochenta años. Todos estos cambios han tenido efectos sobre el bienestar y tranquilidad de las personas mayores.
Para aclarar el concepto de soledad, la psicóloga Lourdes Bermejo nos la describe así: “La soledad es una experiencia subjetiva que se produce cuando no estamos satisfechos o cuando nuestras relaciones no son suficientes o no son como esperaríamos que fueran” (2005 ). Así pues, la soledad es un sentimiento subjetivo que incide en la percepción de vida de las personas mayores, en sus relaciones, su autoestima y su calidad de vida. Por lo tanto, debemos tener presente que el impacto de este sentimiento negativo afecta a todas las esferas de la persona mayor.
Los sentimientos negativos asociados a la falta de relaciones sociales, la baja percepción de uno mismo y respecto a la vida, y la subjetividad de sentirse solo –estando o no acompañado– quedan más invisibilizados y agravados en el contexto de crisis.
Se pueden distinguir cuatro tipos de soledad, según la escala Este-R de la Universidad de Granada (2009):
– Soledad familiar: se produce cuando hay una falta de apoyo de la familia o cuando la persona mayor no percibe el apoyo como idóneo. Así pues, puede darse tanto si la persona mayor no tiene familia como si la tiene pero la valoración que de ella hace no le es óptima.
– Soledad conyugal: se da cuando hay una ausencia de sentimiento de amor en la pareja, ya sea porque la relación no es adecuada, ya sea porque se ha producido la pérdida de la pareja. Este último hecho se convierte en un momento vital de mucha importancia en la etapa final de la vida, debido al impacto emocional que supone y la gran dificultad de vivir con la ausencia del ser querido.
– Soledad social: se produce cuando hay carencias en las interacciones de las relaciones sociales de la persona mayor. A menudo pueden producirse reacciones de retraimiento por parte de las personas mayores que son consecuencia de sus valoraciones.
– Crisis existencial: proviene de un conflicto en la autopercepción de la persona. Cuando la persona mayor piensa o siente que no vale la pena seguir viviendo o que no encuentra el sentido para ello. Se da con frecuencia tras producirse una pérdida importante, bien de autonomía o de salud, o bien la pérdida de un ser querido.
Las consecuencias de la soledad se extienden a todas las clases sociales, y, con la crisis, se añade la carga de la intranquilidad vivida por parte de las personas mayores, puesto que se augura para las generaciones venideras una peor calidad de vida que la de las personas mayores actuales.
Ya existen estudios que demuestran la incidencia negativa del sentimiento de soledad no deseada en el ámbito de la salud, concretamente los que relacionan directamente soledad y enfermedad. En un estudio de la Universidad de Chicago, Louise Hawkley demostraba que el dolor social de no sentirse escuchado o integrado dentro de la sociedad tiene efectos nocivos, como el aumento de riesgo de padecer enfermedades coronarias y cardiovasculares, o incluso la afectación de los sistemas neuroendocrino e inmunológico.
Desde el punto de vista económico, estamos frente a una pobreza emergente, tal como indica Álvaro Uribe en su informe de pobreza al Congreso ( 2009), que sitúa a las personas mayores en el punto de mira de estafas y abusos, lo que provoca que con frecuencia desconfíen de su entorno, dificulta más la relación con los demás y puede originar una tendencia al aislamiento.
Puede decirse que el problema de la soledad no deseada en las personas mayores de nuestra sociedad es un síntoma del modelo de sociedad que tenemos.
Via envellimentsaludable.com
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