El Alzheimer es una demencia que aparece lentamente, sin síntomas visibles, y avanza gradualmente hasta desembocar en una total dependencia del enfermo. En el estadio de predemencia o deterioro cognitivo leve aparecen los primeros síntomas detectables, que a veces se atribuyen a la vejez.
Estos síntomas son principalmente pérdidas de memoria e incapacidad para adquirir nueva información. Otros síntomas precoces pueden ser algunas dificultades en las funciones ejecutivas -como atención, razonamiento abstracto o planificación-, no recordar el significado de las cosas y la apatía.
La siguiente fase es la demencia inicial. En esta fase las pérdidas de memoria van desde pérdidas leves, aunque a veces recurrentes, hasta una constante perdida de la memoria a corto plazo que origina dificultades para interactuar con las personas de su entorno.
Además pueden aparecer dificultades para el lenguaje (se reduce el vocabulario y disminuye la fluidez verbal), agnosia (incapacidad para reconocer estímulos previamente aprendidos o la falta de capacidad para aprender nuevos estímulos) o apraxia (torpeza al realizar movimientos cotidianos como vestirse). Es frecuente que el enfermo se desoriente y pueda perderse, aunque aún conserva su independencia y solo necesita ayuda para realizar tareas complejas.
Después viene la fase de demencia moderada dónde el enfermo va perdiendo aptitudes y se vuelve incapaz de reconocer objetos y personas. Aproximadamente en un 30% aparecen ilusiones en el reconocimiento de personas.
Las dificultades de lenguaje se hacen más evidentes con la aparición de parafasia (deformaciones parciales o sustituciones completas de las palabras). Los enfermos pierden coordinación motora. Empieza a deteriorarse la memoria a largo plazo, que hasta ahora se encontraba intacta. Los cambios de conducta son más evidentes, como distracciones, desvaríos, episodios de confusión al final del día, irritabilidad o respuestas emocionales desproporcionadas.
Algunos enfermos presentan incontinencia urinaria. En esta etapa la figura del cuidador se vuelve esencial.
Por último llega la demencia avanzada. La enfermedad acarrea el deterioro de la masa muscular, por lo que el enfermo llega a un estado de postración en el que es incapaz de alimentarse por sí mismo. El lenguaje se vuelve completamente desorganizado, pudiendo perderse completamente, aunque persiste la capacidad de recibir y enviar señales emocionales.
Los enfermos son y no pueden realizar ni las tareas más sencillas. Puede aún estar presente cierta agresividad, aunque es más frecuente ver extrema apatía y agotamiento. La muerte no se produce por la enfermedad, sino por infecciones secundarias que se dan cuando una persona permanece en la misma postura mucho tiempo, como es el caso de los enfermos que viven postrados en sus camas. La piel presionada constantemente contra una superficie acaba muriendo por falta de riego sanguíneo, convirtiéndose en un foco de infecciones.
Via elblogdelasalud.es
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