Dolor crónico en personas mayores

martes, 29 de octubre de 2013 · Posted in

Al ser el dolor un síntoma subjetivo, altamente variable tanto entre las diferentes personas como también en un mismo paciente según las circunstancias que lo acompañan (ansiedad, depresión, aburrimiento, etc.), la correcta valoración del dolor es de una alta dificultad. Del mismo modo, en los casos en que haya dificultades de comunicación con el paciente (demencia, afasia, alteraciones de la consciencia, etc.), la valoración del dolor será aún más difícil, aunque su tratamiento seguirá teniendo la misma importancia en un intento de mejorar la calidad de vida del enfermo.

Al igual que sucede en multitud de otras patologías, la presentación del dolor en el anciano no se evidencia del mismo modo que en el adulto joven; en los pacientes de edad avanzada, el dolor puede tener una primera manifestación como confusión, agresividad, fatiga, anorexia u otras formas, sin llegar a manifestar la existencia explícita de dolor. Además hemos de tener en cuenta factores culturales como “aguantar el dolor es de personas fuertes” o “hemos venido a este mundo a sufrir”, muy arraigadas en la mente de muchos ancianos.

En la primera visita es necesaria una historia clínica encaminada a determinar el tipo de dolor, especificando desde cuando se tiene, ritmo de aparición, distribución corporal, factores que lo empeoran o lo mejoran, síntomas acompañantes (mareos, sudoración, diarreas, alteraciones de la visión, etc.), características del dolor (quemazón, como una corriente, como un peso, hormigueo, pinchazos, martillazos, etc.), así como tratamientos previos que se hayan podido realizar.

También son importantes las patologías acompañantes que frecuentemente presentan, junto con las medicaciones concomitantes (necesarias o no) que el paciente toma, muchas veces sin control médico o autoprescritas, para evitar interacciones y efectos secundarios indeseados. Asimismo, es necesaria una exploración física y controles analíticos basales y a lo largo del tratamiento para controlar las posibles repercusiones en el ámbito hepático y renal principalmente. Las revisiones deben ser periódicas para evaluar el tratamiento y la aparición de efectos secundarios.

Cuando el origen del dolor está identificado y es susceptible de ser tratado, los resultados del mismo mejoran notablemente. Junto con la valoración del dolor crónico es necesario estar atento a los incrementos de dolor o cambios en las características o localización del mismo que puedan indicar una patología concurrente y no una exacerbación del dolor crónico.

Para medir el dolor son válidas las escalas conocidas como la Escala Visual Analógica (EVA, que funciona como una regla 0 es no dolor, 10 es el dolor más insoportable vivido) y la escala facial (caras esquemáticas con diferentes expresiones), aunque al medir sólo la intensidad el dolor no contempla los otros componentes (angustia, depresión, etc.) por lo que es necesario un mínimo interrogatorio en ese sentido, al paciente y a sus familiares/cuidadores.

Estas escalas tienen validez únicamente en el paciente con la capacidad mental conservada; si no fuera así, hay que valorar otros parámetros como gestos, posturas, etc. En las reagudizaciones del dolor o ante la aparición de un dolor nuevo o de distinta localización, hay que valorar la aparición de una enfermedad intercurrente.

Respecto los tipos de dolor se destacan los siguientes:

Dolor nociceptivo:

Somático: Cuando la sensación dolorosa se produce a nivel de la piel, del aparato locomotor o del tejido conectivo, se habla de dolor somático. Puede adoptar 2 formas: cuando el estímulo se localiza a nivel de la piel, entonces se habla de dolor superficial, mientras que el dolor que se produce a nivel muscular, óseo o del tejido conjuntivo es considerado como dolor profundo. Ejemplos pueden ser:

Origen musculoesquelético: artropatías (artritis reumatoide, osteoartritis, artropatía postraumática, alteraciones mecánicas de columna cervical y lumbar).
Síndrome miofascial.
Úlceras cutáneas y de mucosas.
Alteraciones inflamatorias no articulares (polimialgia reumática).
Dolor isquémico (arteriopatía distal, arteriosclerosis, etc.).

Dolor visceral: El contrapuesto al dolor somático es el dolor visceral. Es semejante a un dolor de carácter sordo y, junto con las reacciones de tipo vegetativo, al dolor profundo. Aparece con la dilatación o los espasmos (en el cólico nefrítico) de la musculatura lisa, en las hemorragias y en los procesos inflamatorios (pancreatitis). Se puede presentar como dolor duradero, como en los dolores estomacales, o de tipo periódico, como en los cólicos.

Dolor neuropático: Se origina por el estímulo de fibras nerviosas, cuando las mismas son dañadas o interrumpidas, presentando un carácter agudo, como una corriente eléctrica. Nos lo encontramos en patologías como:
Neuralgia posherpética y del trigémino.
Neuropatía diabética dolorosa.
Dolor central (accidente vasculo cerebral, etc.)
Dolor postamputación (miembro fantasma).
Dolor mielopático o radicular (estenosis espinal, aracnoiditis, fibrosis periradicular, etc.).
Síndromes mantenidos por el simpático (dolor regional complejo, causalgia, distrofia simpaticorrefleja, etc.).

Dolor mixto o patología indeterminada: En los que se mezclan características neuropáticas y viscerales.

Cefalea crónica (cefalea tensional, migraña, cefaleas mixtas).
       
Vasculopatías dolorosas.

Dolor psicológico: No todos los dolores tienen su origen en los receptores dolorosos. A veces puede prevalecer una afección psicológica en la cual el paciente no puede manifestar sus conflictos de otra manera que refiriendo dolores. La afección psicológica puede presentarse bajo una forma somática, como un dolor.

Via mapfre.com

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