El estrés en cualquier edad, constituye un factor de riesgo para la salud, el bienestar y la calidad de vida de las personas; pero esto se torna particularmente sensible en la tercera edad, etapa del ciclo vital en que resulta de suma importancia su prevención y control.
Numerosas investigaciones han mostrado como determinados eventos estresores, bajo determinadas circunstancias, pueden modificar el curso de la vida de los individuos y también afectar el equilibrio de sus relaciones con el entorno físico y en particular con el entorno social, lo que provoca respuestas de estrés de intensidades diversas; pero que en todos los casos afectan de una u otra manera la calidad de vida y el bienestar de los implicados.
Un evento estresor es aquel ante el cual el sujeto es vulnerable y que tiene o posee la capacidad para provocarle una respuesta de estrés.
La respuesta de estrés puede ser considerada como la activación psicofisiológica que se produce en el organismo como consecuencia de la interacción con determinada situación (evento vital) que le ha servido de estímulo o disparador.
Los llamados eventos vitales constituyen uno de los factores más estudiados en relación con el estrés.
Por eventos vitales entenderemos aquellos sucesos o situaciones no habituales que implican cambios en las condiciones de vida de los sujetos, y la necesidad por parte de estos de un esfuerzo de ajuste para adaptarse, o darle respuestas a las nuevas situaciones. El impacto del evento vital sobre el curso de la vida y las posibles afectaciones que puede provocar en la calidad de vida y el bienestar personal, se debe en parte a las características peculiares de ellos: carácter inusual, alta intensidad o efectos molestos sostenidos, ambigüedad, ocurrencia de manera abrupta y falta de información.
El estrés constituye de hecho, un fenómeno que expresa las cambiantes y complejas relaciones que mantiene el individuo con su ambiente, que en este caso resultan "relaciones alteradas" en tanto que las demandas ambientales no pueden ser satisfechas por el sujeto en función de que sus recursos resultan insuficientes para ello, o bien por las consideraciones negativas que este hace al respecto lo que le ocasiona una percepción de falta de control y por lo tanto de ineficiencia en el manejo de la situación.
La consideración del estrés como un fenómeno relacional, que expresa las características de los intercambios del sujeto con su ambiente hace, que al tratar de comprender los impactos de los eventos vitales sobre este, en tanto que demandas ambientales, consideremos la acción de los mismos como potencial. No en todos los casos la simple presencia de un evento vital provoca la respuesta de estrés, sino que depende de manera particular de la evaluación que hace la persona de la situación, de su nivel de sensibilidad y vulnerabilidad ante esta, y de la efectividad de las estrategias de afrontamiento utilizadas.
Al hablar de evaluación nos referimos a la connotación o significado que el sujeto otorga a la situación estimular (amenaza, pérdida, reto), así como a la valoración de sus recursos para hacer frente a esta.
El afrontamiento se define como aquellos esfuerzos cognitivos y conductuales, constantemente cambiantes, que se desarrollan para reducir o no la amplitud y el nivel de activación, y modifican las demandas del ambiente o el carácter de las propias evaluaciones cognitivas.
La vulnerabilidad puede ser comprendida como la mayor o menor susceptibilidad del individuo ante determinadas situaciones estresoras y estará determinada por: factores personales, compromisos, creencias y recursos. Factores personales: Contemplamos aquí aquellas características personológicas que juegan un importante papel como moduladoras del estrés entre las que podemos mencionar la auto-estima, la asertividad, el estilo de afrontamiento y el nivel de conciencia.
Compromisos: Aquí nos referimos a aquello que resulta significativo, importante para el individuo.
Creencias: Se trata de aquellas ideas y representaciones que se incorporaron en etapas tempranas de la vida relacionadas con la forma en que vemos las cosas, a los otros, el entorno y sobre todo con el propio control personal.
Recursos: Los más importantes son: salud, recursos materiales, creencias positivas, habilidades sociales y apoyo social. De manera particular se destaca el papel que juegan en la evaluación que el individuo realiza de la situación (amenazante, reto, neutral).
El envejecimiento como evento vital evolutivo, trae aparejada una serie de cambios biológicos, psicológicos y sociales que necesariamente implican, para el sujeto, la necesidad de determinados esfuerzos de ajustes.
Aún cuando la tercera edad puede estar acompañada de diversos eventos vitales, que el sujeto puede evaluar como causantes de pérdidas y amenazas: muerte de contemporáneos, jubilación, nido vacío, algunas pérdidas de capacidades sensoriales, el envejecimiento por sí mismo no tiene que provocar estrés, lo que dependerá en primer lugar de la evaluación subjetiva que el individuo realice de su situación y de otros factores moduladores del estrés como las características de su personalidad, el sentimiento de control sobre su vida, el grado de independencia, la percepción sobre la disponibilidad de apoyo social y en general el sistema de actividades del sujeto.
El enfrentamiento del estrés y su prevención en la tercera edad, requieren en primer lugar, la disposición del sujeto para implicarse en procesos de captación de información y reflexión que le permitan el desarrollo de un proyecto de vida, para mantenerse activo y desarrollar un sistema de acciones que le posibiliten mejorar su bienestar y calidad de vida.
La ausencia de un proyecto de vida adecuadamente estructurado, la pérdida de contactos sociales, un bajo nivel de actividad física y social, la falta de motivación para desarrollar nuevos intereses resultan factores de riesgo a controlar y evitar.
La prevención y el control del estrés en la tercera edad, ha de contemplar, en primer lugar, la transmisión de un conjunto de conocimientos a los sujetos que les posibilite el reconocimiento de los estresores más importantes que suelen aparecer en esta etapa de la vida y sus efectos sobre la salud. En segundo lugar, un adiestramiento dirigido al control de las situaciones o condiciones que favorecen el estrés, y al desarrollo de diversas habilidades personales destinadas a favorecer el cambio en las estrategias con las que se abordan los problemas de estrés.
Cuatro tipos de estrategias serán desarrolladas:
Estrategias generales, cuyos objetivos son el mantenimiento y la promoción de un adecuado estado físico (realización de ejercicios, dieta balanceada y apropiada a la edad), red de apoyo social y la implicación en actividades para el disfrute del ocio y la distracción.
Estrategias cognitivas, dirigidas al desarrollo de una visión optimista, a la modificación y control de pensamientos deformados e ideas irracionales, y el control de estados emocionales negativos (ansiedad, depresión, ira).
Estrategias fisiológicas, encaminadas a la prevención y control de los estados de activación psicofisiológica como la relajación física, el control de la respiración, o la meditación.
Estrategias conductuales, como el entrenamiento asertivo, la solución de problemas, el auto-control, o la gestión del tiempo; cuya finalidad será la elevación de los recursos del individuo para la toma de decisiones y el enfrentamiento a situaciones conflictivas.
La tercera edad puede ser una etapa que se viva a plenitud, libre de estrés innecesario, si: se adoptan un programa y estilo de vida acordes a las condiciones y posibilidades individuales; se contrarrestan los mitos y visiones negativas, que impiden la participación en actividades estimulantes de variados intereses y la motivación para implicarse en diversas actividades físicas y sociales; y se conservan una visión optimista de la vida y una auto-estima positiva.
Por: Dionisio F. Zaldívar Pérez
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