Hablar de la psicología del adulto mayor no es sencillo, porque los
adultos mayores sin problemas no llegan a la consulta, las personas
felices no tienen historia y no necesitan ayuda para llegar a la
madurez.
Esta etapa no llega de improviso, la antecede la presenectud, y como
todo proceso tiene altibajos, ansias y temores, que pueden ser
continuaciones de las etapas anteriores o ser matices nuevos por los
reajustes de esta misma etapa, y hay quienes demuestran que es una
adultez en plenitud.
Hay procesos superficiales de comportamiento y otros vuelven a incidir como eco de lo que se denomina fondo de la personalidad:
- Adaptación al medio, a la vejez: el niño y el adulto joven buscan una
adaptación al medio, no la adaptación a ser niño o ser adulto joven,
porque están en fase de crecimiento; en el caso del adulto mayor, la
alternativa es de morir prematuramente o envejecer... lo que supone
doble esfuerzo: adaptarse al medio más hostil y con menor número de
posibilidades para sus capacidades personales y vitales; y, un esfuerzo
para adaptarse a la vejez como situación estable, con el cambio o
desaparición del sentido de la vida propia.
- Cambios en la relación con los objetos anteriores: no se entiende por
objeto lo inanimado, también a las personas; la persona que llega a este
nivel de madurez tiene que aceptar las realidades deficitarias:
disminución de la memoria reciente y aumento de la memoria de evocación o
nostalgia; reducción de la curiosidad intelectual, fatiga en el
trabajo, disminución sensorial, motriz; todo esto perturba la vida
habitual, y ahora tiene que crear una nueva comunicación y valoración
para adaptarse a la nueva realidad; ha de dar a los objetos otro valor,
otra dimensión; ha de buscar la gratificación o salida a sus tensiones o
encontrar otras formas o renunciar a ello.
Sus reacciones y conductas pueden ser variadas, pueden regresar a épocas
anteriores (infantilismo) o superar lastres y lograr un nuevo
equilibrio de fuerzas contrapuestas, cambió el compás... el baile
también. Esto es claro en los cambios de carácter, de conducta, en las
necesidades de dominio y auto-afirmación.
En la etapa anterior daba plenitud a sus necesidades afectivas,
emocionales e instintivas; en la nueva etapa, las necesidades cambiaron y
no le es posible hacer un mundo adecuado a sus necesidades... y como
los instintos y apetito siguen vivos, sólo le queda buscar o elegir
nuevas reacciones a nivel profundo, ya sea limitando sus posibilidades o
regresando a épocas infantiles.
- Rasgos psicológicos: se manifiestan rasgos que habían estado ocultos
tras los mecanismos de una actividad creadora o de defensa, en ambos
sexos, y la personalidad se vuelve frágil, vulnerable por los agentes
físicos y por el medio social; las resistencias son menos enérgicas y
los sentimientos pueden centrarse en el temor.
El esfuerzo del organismo es mayor para mantener el equilibrio, además
internamente se puede sentir angustia de no ser capaz de realizar los
esfuerzos impuestos por la vida, de no poder soportarlos de no recuperar
el equilibrio; en consecuencia, los rasgos de conducta y carácter
pueden manifestarse negativamente.
Algunas manifestaciones negativas son:
- Aislamiento: se adopta actitud de ausencia con todo lo que sucede
alrededor, solamente se adentra en la situación cuando algo afecta a sus
intereses personales.
- Apegamiento a sus bienes: conserva todo, en la postura permanente de
retener, ese comportamiento en el fondo es una regresión a etapas
infantiles, entrando así los mecanismos emotivos de la autoridad, poder,
dominio, sentir que se es; es tratar de mantener la propia identidad;
una explicación de por qué algunos padres no son capaces de compartir
con sus hijos aún cuando sea conveniente. La fuerza del deseo de poseer
es más fuerte que la lógica.
- Refugio en el pasado: al disminuir el proceso fisiológico y ser menor
la memoria de fijación y aumentar la de evocación, la vida se llena de
recuerdos; es forma de revalorizar el pasado en el presente, el
protagonista se siente joven al revisar hechos que le permiten acaparar
la atención de los demás.
- Reducción de sus intereses: la vida le enseñó a ser realista y esto
unido a la dificultad de asumir la complejidad de las nuevas opciones
posibles, hacen que se limite el mundo al ámbito de lo que puede
controlar; al tiempo que disminuye la capacidad de agresión, conserva
los intereses que puede manejar y que suponen una fuente de
satisfacción.
- Negarse al cambio: Al enfrentarse con los esfuerzos de adaptación,
aparece un temor consciente de rechazo al cambio y traslado a una nueva
situación, lo que lleva a una depresión profunda porque los mecanismos
de defensa para sobreponerse son limitados, a la vez que así limita aún
más.
- Agresividad y hostilidad: Cuando se presenta la necesidad de
reacomodar a las personas y cosas, aparece como recurso y puede ser la
única posibilidad de refugio para mantener intocable y estable el “yo”.
Tres emociones presiden la vida del ser humano: el miedo, la cólera y la
ternura; que en cada etapa de la vida adquieren diferentes matices, que
se modifican en función del objetivo de la tendencia de cada una en el
momento concreto.
En la infancia es egocéntrica, en la adolescencia es social y en la
madurez es práctica. Lo importante para el equilibrio interno es
armonizar la fuerza de la emoción con la compensación de la tendencia
para una canalización adecuada.
Y esto se complica en la etapa de la adultez mayor porque:
- Miedo: como emoción es algo que se impone al adulto mayor, sin
necesidad de planteamientos racionales que den explicación lógica a lo
que siente, miedo a todo lo que pueda dañar la integridad física, tras
años de lucha profesional para conseguir una estabilidad económica. Esto
explica la previsión, ahorra cuanto puede, para protegerse a sí mismo o
a su descendencia; además desea conservar el prestigio.
El adulto mayor teme que le quede poco tiempo: debe crear, debe
proyectar realidades, ha de trascender y dejar huella; suele aparecer el
temor al daño físico, como hipocondría que le hace estar atento a
cualquier trastorno, teme excederse y no resistir un ritmo fatigante y
reaparecen los temores adolescentes de hacer el ridículo, se afecta en
su narcisismo.
El daño emotivo que se acerca le agobia y su reacción resulta dramática,
no-menos real. La previsión en este terreno, sólo puede lograrse si
otros contenidos más hondos le han dado plenitud y conciencia del propio
valor.
- Cólera: emoción básica, poco estudiada y muy mal tratada, adentra sus
raíces en el conjunto de las emociones que la filosofía tradicional ha
denominado virtudes o pulsiones irascibles que se vinculan a la
agresividad.
En el adulto mayor la cólera aparece cuando el mundo “lógico y
ordenado”, que se ha construido tras años de lucha, se ve alterado por
“algo” que no encaja; cólera difícil de controlar porque nace en capas
hondas del ser humano. Lo que la desata es aquello que le resulta
ilógico, inesperado y carente de sentido, no es el dato objetivo lo que
le molesta, sino el torbellino emotivo que remueve tal dato. La
emotividad queda como desamparada, con peligro de desencadenar –otra
vez- la agresión física o la verbal, porque son los modos aprendidos.
Es la explicación a conductas de crisis agresivas, protestas colectivas
verbales, en una sociedad afectivamente mediocre y emotivamente
envejecida; la cólera del adulto mayor se acrecienta ante su propio
sentimiento de impotencia, frente a la gran máquina que impide sus
sueños. No encuentra la salida en la creatividad y la originalidad,
entonces vivirá en permanente cólera.
- Ternura: es la emoción más compleja y en la edad adulta de hace
práctica, identificando lo práctico con lo pragmático, lo rentable, que
da beneficio o reporta una ventaja sin ser “interesada”, es más
sosegada, agridulce, como dar sin apenas esperar, lo que no le quita
emotividad.
Aparece un amor incondicional, que sabe dar, quiere dar, que sabe
renunciar sin angustia ni ira, éste es el carácter práctico; no es
ternura sexualizada y erotizada, sino una ternura madura y coherente,
precedida por el principio de la realidad y no por el del placer y del
interés. No es puro egoísmo, tampoco altruismo total; no pocas veces
buscará ser atendido, escuchado, comprendido y en otras demostrará que
sabe atender, escuchar y comprender; resulta que está buscando, sin
saber, un modo “práctico” de llenar su necesidad de ternura.
La ternura está implicada con el miedo, el adulto mayor ama y es tierno,
aunque teme dominar y desea conquistar con la misma ternura. Puede
canalizar su afecto hacia quienes le aseguren corresponder a su ternura.
Es un juego misterioso y enigmático que puede plantear tensiones
conflictivas en el interior de la persona, al adentrarse en las zonas de
identidad del “yo”. Y que si las supera, enriquecerá enormemente a la
personalidad de quien la vive, será encontrar una nueva adaptación, un
reajuste vital que logre un impulso más maduro, hondo y tierno.
Es cierto que la madurez proporciona estabilidad, como también aparecen
tensiones al buscar una nueva forma de vida y que tienen raíces
profundas con tres manifestaciones psicológicas: tensión por
frustración, agresividad compensatoria y adaptación progresiva.
La tensión por frustración se refiere a que todo ser humano está en
crecimiento continuo y cualquier interrupción en este proceso lleva a
una tensión, o un desajuste; esta interrupción puede ser por la
presencia de un obstáculo físico, psíquico o social, o puede ser un
conflicto derivado de la presencia de varios deseos de incentivos que no
se alcanzan al mismo tiempo; esa tensión lleva a la frustración por no
conseguir lo buscado.
La presencia de obstáculos obliga a buscar caminos de superación: el
transitorio uso de mecanismos como defensas inconscientes, la aceptación
más o menos soportada o el más sano, el de la adaptación equilibrada y
eficaz.
Fuente: enplenitud.com
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