Se acepta el criterio de considerar que una persona se encuentra en la tercera edad a partir de los 65 años, aunque esta apreciación nunca es exacta, pues ocurre que el envejecimiento es un proceso progresivo que no todas las personas sufren con la misma intensidad. Actualmente se utiliza el término de “muy ancianos” para los que tienen más de 80 años y así diferenciarlos de los más jóvenes, dada la longevidad creciente que en general se observa en la población.
Existen claras diferencias entre la forma y estructura corporal de un organismo joven y de un anciano. Estos cambios se producen con el paso de los años y a un ritmo muy diferente según las personas –influyen tanto los factores genéticos como los ambientales o del entorno en que vivimos-. Por este motivo, cuando los mencionamos, no podemos referirnos concretamente a ninguna edad determinada, ya que todos estos cambios y limitaciones fisiológicas a unas personas les llegan antes que a otras.
CAMBIOS CORPORALES, FISIOLÓGICOS Y FUNCIONALES
Composición corporal
Durante el proceso de envejecimiento tienen lugar una serie de cambios en la composición del cuerpo como son:
• Aumento de la masa grasa, principalmente aquella que envuelve a las vísceras (riñones, hígado, etc.) con respecto a la etapa adulta:
- 18% varón adulto. 36% en el anciano.
- 33% mujer adulta. 45% en la anciana.
• Reducción de la masa muscular, que implica:
- Disminución del agua corporal total; aumenta la tendencia o el riesgo de deshidratación.
- Disminución de la masa ósea; mayor riesgo de fracturas y de osteoporosis, especialmente en mujeres.
Como consecuencia de los cambios en la composición corporal y generalmente, del descenso en la actividad física, las personas mayores deben tomar menos calorías en comparación con etapas anteriores de su vida; ya que de no ser así, de forma progresiva se tiende a engordar.
Modificaciones fisiológicas y funcionales
• Aparato gastrointestinal:
- Reducción de la secreción de saliva y tendencia a la sequedad bucal (xerostomía).
- Adelgazamiento y atrofia de las encías, ausencia de dientes, prótesis dentales.
- Pérdida de fuerza muscular mandibular y de potencia de masticación; menor poder de triturar los alimentos.
- Disminución de las papilas gustativas; se altera el sentido del gusto o la percepción de los sabores.
- A nivel del esófago, mayor riesgo de atragantamiento y de disfagia (dificultad para tragar sólidos o líquidos), debido a una alteración del mecanismo de la deglución.
- Tendencia al reflujo, por una menor competencia del esfínter que separa el esófago del estómago.
- En el estómago se produce una menor secreción ácida y una atrofia de la mucosa que lo recubre interiormente; se hacen más lentos los movimientos de propulsión de alimentos hacia el intestino y el vaciado gástrico (digestiones más lentas y difíciles).
- En el intestino, atrofia de la mucosa progresiva que dificulta el aprovechamiento de los nutrientes de los alimentos, degeneración nerviosa que afecta a la motilidad o movimiento intestinal y al reflejo de defecar, modificaciones en la flora bacteriana del intestino grueso; tendencia a sufrir flatulencia y estreñimiento.
• Pérdida parcial de capacidades sensoriales: olfato, gusto, visión y audición.
Fuente: trabajoyalimentacion.
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